El día que puse un pie en las Islas Cíes por primera vez para hacer una ruta senderismo islas cies fue uno de esos momentos que se quedan grabados para siempre. Había oído hablar mucho de ellas, de su belleza salvaje y de cómo son un paraíso natural, pero nada te prepara para la magnitud de su esplendor hasta que lo vives. Había elegido la ruta del Faro de Cíes, la más conocida, para mi debut. Quería la recompensa de esas vistas panorámicas que tanto me habían recomendado.
Bajé del ferry en el muelle de Rodas con esa mezcla de emoción y nerviosismo que precede a una aventura. La Playa de Rodas ya me dejó sin aliento: arena blanca impoluta, agua cristalina y un azul que se mezclaba con el cielo de una forma irreal. Pero no podía quedarme allí; el faro me esperaba.
El inicio del sendero era suave, adentrándose en el pinar. El aire olía a salitre y a pino, una combinación embriagadora. Pronto, el camino empezó a ascender. No soy un senderista experimentado, así que me lo tomé con calma, disfrutando de cada paso. A cada curva, la vegetación cambiaba, ofreciendo diferentes perspectivas de la isla y del mar. Me impresionó la tranquilidad, solo rota por el canto de los pájaros y el murmullo lejano de las olas. La señalización era clara, lo que me dio mucha confianza para no perderme en mi primera vez.
A medida que ganaba altura, las vistas se volvieron más y más espectaculares. Podía ver cómo la península de O Morrazo y la ría de Vigo se extendían a lo lejos, y cómo la isla de Monteagudo, la otra parte de las Cíes, se alzaba majestuosa a mi izquierda. El esfuerzo de la subida valía cada gota de sudor. La última parte del sendero, una cuesta más pronunciada y serpenteante, me puso a prueba, pero la anticipación de la recompensa me impulsó.
Cuando finalmente llegué al Faro de Cíes, sentí una mezcla de agotamiento y pura euforia. La panorámica era, sencillamente, impresionante. El Atlántico se extendía infinito, el faro se alzaba orgulloso, y la brisa marina me refrescaba. Me quedé allí un buen rato, absorbiendo cada detalle, cada color, cada sonido. Fue una sensación de libertad y de conexión con la naturaleza que pocas veces había experimentado.
Bajar fue más fácil, aunque mis piernas ya sentían el cansancio. Pero la satisfacción de haber completado la ruta, de haberme superado y de haber disfrutado de una de las maravillas naturales de Galicia, fue inmensa. Mi primera vez haciendo senderismo en las Islas Cíes fue un éxito rotundo, y solo puedo pensar en cuál será la próxima ruta que explore en este paraíso.