La imagen es icónica y universalmente conocida: la playa de Rodas, en las Islas Cíes, con su arena blanca y finísima, bañada por unas aguas de un color turquesa tan intenso que le ha valido el apodo de «el Caribe gallego». Cada verano, miles de visitantes desembarcan en este paraíso, parte del Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Illas Atlánticas, con la estampa caribeña en mente. Sin embargo, todos ellos se enfrentan a una misma realidad que se transmite de valiente en valiente: la gélida temperatura del agua en las islas cíes.
El primer contacto con el mar en Cíes suele ser una experiencia memorable, una mezcla de sorpresa, un grito ahogado y una rápida adaptación. Pero, ¿por qué el agua de este edén visualmente cálido se mantiene tan fría, incluso en pleno mes de agosto? La respuesta no reside en una anomalía, sino en un fenómeno oceanográfico que es, en realidad, el secreto de la riqueza biológica de toda la costa gallega: el afloramiento, conocido en gallego como upwelling.
Durante el verano, los vientos predominantes del nordeste empujan el agua de la superficie del mar, calentada por el sol, mar adentro. Este desplazamiento crea un vacío que es ocupado por aguas mucho más profundas, frías y, lo más importante, cargadas de nutrientes. Este fenómeno provoca que la temperatura del agua en las Cíes rara vez supere los 17 o 18 grados, situándose a menudo en torno a unos estimulantes 15 °C.
Lejos de ser un inconveniente, este sistema de refrigeración natural es el motor de la vida en las Rías Baixas. El agua fría y rica en nutrientes es el alimento de una inmensa pradera de fitoplancton, la base de una cadena trófica que sostiene la espectacular biodiversidad de la zona. Es la razón por la cual los fondos marinos de Cíes son un espectáculo para los buceadores y el motivo por el que los pescados y mariscos de Galicia gozan de fama mundial. La pureza y claridad de sus aguas, que permiten ver el fondo con una nitidez asombrosa, son también consecuencia directa de este fenómeno.
Por tanto, esa valiente zambullida en Rodas o Figueiras es mucho más que un simple baño. Es un contacto directo y sin filtros con el océano Atlántico en su estado más puro. Es el peaje que hay que pagar para disfrutar de un entorno natural virgen, cuya belleza y riqueza dependen, paradójicamente, de esa temperatura que primero nos hace dudar, pero que finalmente nos regala una experiencia vigorizante e inolvidable.